¿Te han preguntado alguna vez de donde provienes, cuáles son tus raíces?
En la escuela nos enseñan que lo primero que se desarrolla al sembrar una semilla, son sus raíces. Además de ser el soporte de la planta, las raíces son las vías a través de las cuales absorbe del suelo los nutrientes necesarios para su desarrollo.
Hace algunos años tuve una planta de aloe vera. Era pequeña y, pese a los cuidados que le procuraba, no crecía, por lo que decidí cambiarla a un contenedor más grande. Al principio me alarmó porque comenzó a secarse, así que intensifiqué los cuidados: un poco de abono natural, sol y el agua necesaria. A los pocos días mejoró su aspecto y en pocas semanas habían crecido más ramificaciones de la planta original. A estos nuevos brotes los separé en otros contenedores para que cada uno tuviera su propio espacio. ¡La Familia Aloe había crecido!
Tuve otra planta, era una flor a la que también trasplanté, pero esta reaccionó distinto. A pesar de los cuidados, se secó. No se adaptó.
Así como en el Reino Vegetal, en el Reino Animal, al cual pertenecemos, sucede algo similar. Para nosotros, las raíces simbolizan nuestro origen, de donde venimos, la cultura y costumbres con las que crecimos. Lo que nos nutrió y nos permitió crecer y que nos identifica y diferencia de los demás.
Pero, ¿y qué pasa cuando somos “trasplantados”? Cuando cambiamos de suelo y el nuevo no tiene la misma textura, ni nutrientes, se siente diferente, huele diferente, vibra diferente, ¡es diferente!
Se nos abren dos caminos… o tres…
Abrirnos a las posibilidades que nos ofrece la nueva situación. Aceptar el nuevo entorno. Comprender sus costumbres, cultura y todo lo involucrado, y así permanecer en ese nuevo suelo. Pero si, luego de intentarlo y pese a todos los esfuerzos, no encontramos los “nutrientes” necesarios, lo más recomendable es cambiar de suelo, ya que podemos caer en el llamado “síndrome de sobre-adaptación” lo que es nocivo para la salud física y mental.
La tercera opción es vivir rodeado de aquellos que comparten las mismas raíces, pues su compañía nos resulta nutritiva y necesaria. He sabido de casos de personas que han vivido hasta más de cuarenta años en lugares alejados de sus tierras natales y nunca aprendieron el idioma ni la cultura, por lo que jamás se integraron a la comunidad, convirtiéndose así en islas, rodeadas solamente de su círculo familiar, su único refugio y soporte.
La Naturaleza es simple y selectiva: o te adaptas, o no. Al fin y al cabo es cuestión de supervivencia.
E.T.
Me siento totalmente identificada con el mensaje de este escrito. Es para reflexionar y tomar acción. Mi «trasplante» me tiene seca, como el cactus, estoy soportándolo por las reservas internas. Gracias por este mensaje oportuno 🙂