Boris era un aclamado joyero que había ganado renombre gracias a sus habilidades como artista y como comerciante exitoso. Famosos actores y miembros de la realeza se contaban entre sus clientes habituales.
Boris aprendió su arte de la mano de un gran artesano ruso llamado Alexei, quien descendía de una estirpe de varias generaciones de orfebres. Boris y Alexei se conocieron en Rusia, lugar donde Boris paso su niñez. Su encuentro fue en una feria de tema medieval donde la familia de Alexei enseñaba al público la manera en que se trabajaba la joyería en la Edad Media. Boris quedó fascinado al ver el fuego y el metal fundido y a partir de allí comenzó una amistad de por vida. Alexei le enseñó el arte de trabajar los metales y las piedras preciosas.
Con los años la amistad se fortaleció de tal manera que la gente pensaba que eran hermanos, dado que Alexei era apenas dos años mayor que su amigo.
Al cabo de un tiempo, la familia de Boris salió de Rusia hacia África y del mismo modo Alexei se estableció en Canadá, sin embargo no perdieron el contacto gracias a que Alexei realizaba continuos viajes para comercializar sus joyas. Cuando cada uno se casó y formó su propia familia, la comunicación se fué distanciando y ya casi no se hablaban.
Hasta que una noche, Boris recibió una llamada y le hablaron con un acento extraño:
–¿Es usted el señor Boris X? –preguntó la voz.
–Si, soy yo, ¿quién habla? –respondió Boris.
–¿Vive usted en Xxx? –insistió la voz.
–Si, correcto, ¿pero con quien hablo? –insistió Boris.
–Le estamos llamando de la policía de Xxx (un país asiático). Necesitamos que alguien haga el reconocimiento del cuerpo de Alexei X. Encontramos una nota en su billetera que dice, “en caso de necesitarlo, llamen a Boris X” y está anotado su número de teléfono y dirección.
Boris pensó que era una broma, pero no, no lo era. El policía seguía hablando, pero ya Boris no escuchaba nada.
–… Y necesitamos que venga para cerrar el caso –finalizó el policía.
Boris, con apenas aliento, contesto:
–Agente, esteee…, deme chance de asimilar la noticia y conseguir los tickets de vuelo. Si no hay inconveniente estaré allí a la brevedad –luego anotó el número de contacto y colgó la llamada.
No pronunció ni una palabra más a lo largo de la noche, y al día siguiente se despidió de su esposa diciendo:
–Voy a estar fuera unos días, tengo que despedirme de mi amigo. Y diciendo esto partió.
Luego de un par de escalas, llegó finalmente al lugar. En el aeropuerto lo esperaban varios agentes para conducirlo directamente a la morgue, donde harían el reconocimiento, certificación de deceso y proceder a la incineración del cuerpo. Al cabo de unas pocas horas, Boris se encontraba sentado en la orilla de la cama en su habitación de hotel, mirando fijamente a lo que reposaba sobre su mesa de noche: la urna con las cenizas de su amigo.
Largas horas pasó inmóvil. De repente, volvió en sí cuando un rayo de sol se posó sobre el metal de la urna y Boris se dió cuenta que estaba amaneciendo.
Se apresuró a llamar a la mujer de su amigo para decirle que iba a visitarlos ya que estaría viajando por esa zona… por negocios. La familia de Alexei no sabía nada. Boris debía darles la noticia en persona y entregarles las cenizas.
El encuentro de Boris con la familia de Alexei es algo que no voy a narrar. Pero sí diré que Alexei tenía un gato negro, que también falleció unos días después.
La esposa de Alexei le entregó a Boris un paquete que contenía un libro que su esposo había tomado prestado de una biblioteca local y leía una y otra vez. Estaba escrito en ruso y era un ejemplar de cuentos tradicionales de la antigua Rusia, similar al que los dos amigos leían en su infancia. El libro estaba un poco viejo y desgastado, lo que ayudó a convencer a los operarios de la biblioteca de venderselo a la esposa de Alexei, quien lo compró para regalarzelo a Boris como agradecimiento.
Boris volvió a su casa, pero nunca abrió el paquete.
Meses después, en una tarde de otoño, Boris pensaba en su amigo cuando miró su móvil y se dijo,
–¡Hoy es su cumpleaños!
Recordó el paquete. Lo buscó y sacó el libro. Al ver la cubierta los recuerdos se agolparon en su mente. Abrió el libro y cayó un papel al suelo. Al recogerlo, lo leyó y un escalofrío le recorrió la columna. Era un recibo de la biblioteca que tenía la fecha exacta de ese día. Temblando, tomó la botella de cerveza que tenía a un lado, alargó su mano y dijo con voz entrecortada:
–¡A tu salud, querido amigo! ¡Feliz No Cumpleaños! Y rompió a llorar.
E.T.